Guille llega a la oficina feliz, a veces chiflando, otras cantando- un poco desafinado- algún que otro cántico futbolero. Otras veces llega con Pombo, su perro de 12 años, que se ganó el cariño de todos en Cavepot y es, prácticamente, uno más. No distrae para nada al equipo, salvo cuando lanza algún que otro ronquido mientras los demás programan. Guille se ríe, se arma el mate y pregunta, otra vez, cuál es el menú del día.
Si le preguntamos por qué eligió seguir el camino de la ingeniería, no tenemos la típica respuesta de que estaba seguro de que quería hacerlo, de que era su sueño ser desarrollador. Siempre fue bueno en matemáticas, y también le gustaban, entonces, casi como quien no quiere la cosa, “se fue dando”, nos cuenta. Lo que sí es seguro es que le encantan los desafíos. De hecho, lo que más le gusta de trabajar en el sector de la tecnología es que todo cambia rápido. “No tenés tiempo de aburrirte”, nos cuenta. “Por otro lado, como nuestro trabajo se basa en ayudar otras áreas, siempre estás aprendiendo, y no solo de ingeniería”.
Guille es entusiasta, alegre y comprometido. Cuando no está trabajando, está planificando alguna reunión, jugando al tenis o metiéndose cariñosamente con Xime, su hermana, a quien llama “Chow Chow”. Xime es la diseñadora del equipo, y la pizca familiar solo agrega más cariño al entorno de la oficina y lo convierte en eso que a veces llamamos “segundo hogar”.
Si preguntamos por los inicios de Cavepot, Guille lo ve como un sueño. Algo que empezó como una idea entre dos amigos es hoy una empresa consolidada con 10 años de experiencia. Todo comenzó junto con Santiago, a quien llaman- llamamos- “cuevas”. Guille nos cuenta de cuando se conocieron con un tono casi melancólico, y lleno de buenos momentos. “Estábamos trabajando en un proyecto y en seguida nos hicimos amigos”, dice y toma un sorbo de mate. “Éramos muy parecidos y nos gustaban muchas cosas en común, además de la tecnología, claro”, ríe. La idea de tener una empresa propia siempre estuvo presente en él, incluso antes de conocer a Santiago. “Yo había tenido otros intentos pero no habían continuado”. “Se fue dando, empezamos haciendo unos trabajitos pequeños para un amigo hasta que un día nos dimos cuenta que se podía y que, al final de cuentas, lo estábamos haciendo”. Y es precisamente así como nacen y perduran las cosas, ¿no? Haciendo. Y Guille y Cuevas son el claro ejemplo.
Cavepot es una casa. Y no en sentido figurado. Ubicado en el corazón de Cordón, Montevideo, en Pablo de Maria 1122, para ser más precisos, tiene todo lo que uno asocia con la palabra “hogar”: una antigua casona renovada, donde el equipo se reúne no sólo para trabajar sino también para compartir comidas, tragos, reuniones, jugar al play o hasta mirar películas o partidos de fútbol. En invierno, la estrella del lugar es, sin dudas, la estufa a leña. Si pensamos en esto, podemos hablar de la importancia de encontrar el tan buscado “lugar adecuado”, pero Guille lo tiene claro: el sitio es lo de menos. “Lo que sí teníamos claro era que queríamos armar un grupo de amigos trabajando en equipo”. Y sí que lo lograron. De hecho, lo que más le gusta a Guille de ir a la oficina no es ni la casa grande, ni la estufa a leña, ni las ventanas enormes que iluminan el lugar, sino “estar en contacto con las personas que nos hacen el día a día más fácil”.
Mantener unido y motivado a un equipo es parte de sostener una empresa; casi como en la cancha de fútbol, donde el director técnico, más allá del resultado, debe procurar lo mejor para sus jugadores. “No siempre es fácil mantenerse motivado, pero estoy seguro de que trabajar en un grupo de amigos y familia lo hace todo más fácil”, dice Guille, con mirada seria y honesta.
Podemos hablar mucho más de Guille y de las cosas que lo hacen ser como es. Podemos hablar de los logros de Cavepot, de los proyectos, o los premios. Pero nada de eso es lo que lo enorgullece de la empresa que formó, sino, como dice con orgullo: “la familia que logramos ser”.
Sí, puede que le “falte” la nacionalidad uruguaya, pero la de líder la tiene innata, no tiene ni que pedirla.